Hace un año comenzaba la Operación Militar Especial con que Rusia intervino en la zona del Donbass ¿Pero cuándo comenzó el conflicto? Una puja que involucra aspectos geopolíticos, geoeconómicos y geoestratégicos de los que Argentina no está exenta.
“Estamos enviando gente a entrenarse, hay medidas militares y nos estamos preparando para ellas en lo que respecta a las armas”, amenazó el viernes pasado el presidente ucraniano, Vladímir Zelenski, al anunciar que el régimen de Kiev se propone recuperar la península de Crimea durante este año.
Lo hizo en coincidencia con el primer aniversario del inicio de la Operación Militar Especial con que Rusia intervino en la zona del Donbass, a pedido de las autoridades de la República Popular de Donetsk y la República Popular de Lugansk. Esa solicitud se hizo efectiva ocho años después de que un golpe de Estado financiado por la UE y la Otan, reemplazó al gobierno que encabezaba Víktor Yanukóvich, por un régimen de corte fascista que entre otras cosas prohibió partidos políticos y comenzó una campaña de hostigamiento a la población rusoparlante.
Para ello, el régimen instalado en Kiev contó con el aval de Bruselas y la Alianza Atlántica, así como con la mano de obra que le suministraron las bandas armadas de ultraderecha que fueron clave para imponer y consolidar el golpe. El 2 de mayo de 2014 estos grupos paramilitares que habían actuado durante las jornadas del Maidán perpetraron la Masacre de Odesa, cuando asociados a fuerzas policiales cercaron a trabajadores que resistían al golpe en la Casa de los Sindicatos de esa ciudad. Atacaron el edificio durante varias horas con armas de grueso calibre y lo incendiaron, lo que dejó un saldo de más de cincuenta personas asesinadas y alrededor de 250 heridos. El premio que recibieron estas bandas fue su incorporación al ejército regular ucraniano donde ahora constituyen el bloque dominante.
Estos son sólo algunos de los episodios que sirvieron de telón de fondo para que la horrorizada población de Crimea y Sebastopol, declarara su independencia y celebrara un referéndum en el que una abrumadora mayoría decidió la unión de la República de Crimea con Rusia.
Pero el derrotero que acabó con el golpe de Estado, comenzó mucho tiempo antes. Errores propios y factores externos, llevaron a que Ucrania entrara a 2013 con una economía bastante estresada y, en este contexto, la Presidencia Yanukóvich recibía una terrible presión para recurrir al FMI y la UE, desde la clase capitalista muy concentrada que en buena medida se formó a partir de la apropiación ilegítima de áreas clave de la infraestructura económica construida por la Unión Soviética.
Pero Yanukóvich fue e Moscú y Rusia anunció la concesión de un nuevo crédito a Ucrania por quince mil millones de dólares, también que reduciría casi a la mitad el precio del gas que le suministraba y que un fondo estatal ruso compraría bonos de deuda ucraniana.
Este anuncio de un paquete que hubiera podido estabilizar la economía ucraniana, apuró el golpe de Estado que ya por entonces venía propiciando abiertamente la UE con la visita de eurodiputados a Kiev para apoyar a los protagonistas del pustch.
A un mes de consumado el golpe, el FMI hizo público un principio de acuerdo con las nuevas autoridades de Ucrania, por el que se habilitó un crédito de hasta 18 mil millones de dólares a condición de que la Rada Suprema aprobara un paquete de ajuste y recortes que incluyó un terrible tarifazo en los servicios de gas y la electricidad. Esto se complementó con la promesa de una “ayuda” por 27 mil millones de dólares provenientes de la UE y Japón.
Pero, por supuesto, la entrega de estos paquetes fue condicionada a que Ucrania avance vertiginosamente en una serie de reformas estructurales y recortes de la inversión pública, algo que las autoridades surgidas del Maidán aceptaron sin chistar. Este decálogo del FMI, es el mismo que Yanukóvich rechazó cuando solicitó ayuda para acomodar el frente macroeconómico que atravesaba un momento muy complicado.
Y lo que también comenzó mucho antes, es el camino que llevó a que estalle la guerra que en estos días se extiende lentamente, como una mancha de aceite, desde la zona del Donbass hacia otras latitudes.
Hace dos meses, la ex canciller de Alemania, Angela Merkel, reconoció que el Acuerdo de Minsk, sólo fue una maniobra diseñada para que el régimen de Kiev gane tiempo y se reame hasta estar en condiciones de ocupar el lugar que le asigna la Otan en el tablero que tiene por objetivo hostigar a Rusia.
Formalmente, el Protocolo fue firmado en la capital bielorrusa por Merkel, junto a los presidentes François Hollande, Petro Poroshenko y Vladimir Putin en septiembre de 2014, tras una negociación por la que Moscú exigió que se garantice el fin de los ataques de Kiev contra la República Popular de Donetsk y la República Popular de Lugansk.
Pero a partir de entonces, los reiterados incumplimientos por parte de Kiev, fueron borrando con el codo lo que se había firmado con la mano y con la llegada al gobierno de Zelenski, se profundizó todavía más la decisión de apresurar el ingreso de Ucrania a la Alianza Atlántica a cualquier precio. Y el precio no es otro que permitir que el territorio ucraniano se convierta en base de lanzamiento de misiles de mediano alcance con capacidad de portar cabezas nucleares, capaces de atacar en un abrir y cerrar de ojos a Moscú y las principales ciudades del occidente ruso.
Caja de Pandora
Va quedando cada vez más claro que lo que sucede, ahora mismo, en el Donbass es un capítulo explícito de la batalla que de forma algo más solapada, se viene librando por la supremacía en el diseño del nuevo orden mundial, a partir de una competencia que es interestatal, entre bloques y sobre todo intercapitalista.
Y, en esto, el bloque liderado por EE.UU., sube la apuesta en los terrenos geopolítico y geoeconómico, mientras realiza movimientos geoestratégicos en la búsqueda de sostener la hegemonía que desde los albores del siglo 21, comienza a ver cuestionada por Rusia y, fundamentalmente, amenazada por la República Popular China (RPCh).
¿Pero por qué Rusia? Es evidente que para ahogar a la RPCh, el Bloque Atlántico que lidera Washington tiene que doblegar y si es posible balcanizar a Rusia, algo que es uno de los principales objetivos que tiene desde que implosionó la Unión Soviética.
Pero también lo es que en el actual momento de la segunda crisis de larga duración que atraviesa, el sistema capitalista debe enfrentar problemas concretos para sostener niveles de acumulación aceptables, como consecuencia de la escasez de materias primas vitales como las alimenticias y el paulatino agotamiento de reservas energéticas.
Y, como para que les quede claro a los que dicen que el capitalismo no regula, hay que recalcar que la guerra a escala global pero controlada, se presenta como una formidable herramienta de regulación capitalista a nivel internacional.
Por si hiciera falta algún ejemplo práctico, ahí está la preocupación de la RPCh por la baja que sufrió el crecimiento de su economía durante 2022, cuando se situó en el tres por ciento en lugar 5,5 previsto. Si se excluye el 2,2 de 2020 ocasionado por el impacto del Covid, es el peor rendimiento en casi medio siglo y tiene mucho que ver con los problemas que ocasionan las restricciones al comercio y la inversión derivados del conflicto abierto en Donbass.
Y como para citar algo más doméstico, del otro lado del planeta, en Argentina, los problemas provenientes de la guerra causaron hasta ahora una pérdida de cerca de cinco mil millones de dólares en la balanza comercial. Porque aunque por un lado se consiguieron alrededor de seiscientos millones de dólares extra a raíz de la escalada de los precios de los productos agrícolas, del otro la importación de combustibles creció hasta llegar a más de 3.700 millones, al tiempo que en concepto de fletes se perdieron 1.800 millones más.
La guerra es una manera que exhibe drásticamente de qué va esto de la competencia intercapitalista que siempre provoca escasez y en este caso todavía más. Por eso representa también una herramienta eficaz a la hora de agredir, desalentar, disciplinar y destruir intentos de construir modelos relativamente alternativos al capitalista.
Esto queda en evidencia cuando se recorre los capítulos plagados de maniobras de hostigamiento, intento de desequilibrar políticamente y balcanizar a los que el Bloque Atlántico echó mano a lo largo del proceso que desembocó en la guerra que tiene su epicentro en el Donbass.
Su objetivo central fue esmerilar a Rusia y la RPCh. Y algo de esto viene logrando, ya que a un año de que comenzara la Operación Militar Especial, Rusia aparece metida en una guerra que se libra a las puertas de su frontera, pero también se ve en la necesidad de reconfigurar el mapa de sus relaciones económicas.
En octubre de 2021, Gazprom anunciaba que el gasoducto Nord Stream 2 ya estaba operativo. Esta megaobra para la que Moscú invirtió once millones de dólares, recorre alrededor de 1225 kilómetros del mar Báltico para unir a Rusia con Alemania y el resto de Europa.
Por medio del Nord Stream 2 Rusia iba a duplicar sus exportaciones de gas a Alemania sin tener que utilizar los ductos que ya posee pero que atraviesan Ucrania. Esta obra monumental se inscribe un proyecto geoestratégico de tal magnitud que puede alterar el equilibrio geoeconómico y geopolítico del siglo 21.
En su camino hacia occidente, la nueva Ruta de la Seda está diseñada para terminar físicamente en Alemania, más precisamente en el Estado federado de Renania del Norte-Westfalia, que es el que posee el PBI más alto del país y se ubica en el núcleo de uno de los principales ejes de operaciones logísticas de Europa, a tiro de honda del puerto de Hamburgo del que la RPCh es el mayor socio comercial y del aeropuerto de Fráncfort que es por donde transita el volumen de carga aérea más importante del continente.
Pero durante septiembre de 2022, los gasoductos Nord Stream 1 y Nord Stream 2 fueron afectados por explosiones que de acuerdo a una investigación del periodista y ganador del Pulitzer Seymour Hersh, fueron provocadas por un sabotaje perpetrado por EE.UU. Gran Bretaña y Noruega.
Al respecto Hersh cita que el secretario de Estado Anthony Blinken, señaló que “eliminar la dependencia europea de la energía rusa”, supondría una tremenda oportunidad para EE.UU. y una manera de “quitarle a Vladimir Putin el arma de la energía como medio para avanzar”.
Y también aporta pruebas que por su entidad llevaron a que la portavoz de Exteriores de Rusia, María Zajárova, advirtiera que el Kremlin nunca dudó de que Washington y otros de sus socios de la Otan estaban implicados en el sabotaje, por lo que pide que se abra una investigación internacional al respecto.
Mientras que su par de la RPCh, Mao Ning, hizo hincapié en que si tal investigación determinara la veracidad de la información que suministra Hersh, se trataría de un acto inaceptable sobre el que EE.UU. debería rendir cuentas.
Con este telón de fondo, hace menos de dos semanas, en la Conferencia de Seguridad de Munich, el Consejero de Estado y director de Asuntos Exteriores del Partido Comunista Chino, Wang Yi, señaló que pese a que su país “no está directamente implicado en el conflicto, no se queda de brazos cruzados” y, en este sentido, presentó una propuesta de paz basada en doce puntos en los que, entre otras cosas, insta a que “los países relevantes dejen de abusar de las sanciones unilaterales”, se convoca a que “todas las partes” colaboren para desescalar el conflicto “a través del diálogo” y se alerta que es preciso que se evite una reedición de la “mentalidad de la Guerra Fría”.
La idea de la RPCh contacta con la que recientemente hizo Luiz Inácio Lula Da Silva, quien instó a construir “un grupo de países no involucrados en el conflicto que asuma la responsabilidad de encaminar una negociación”, pero también a otras anteriores que, sistemáticamente, EE.UU. y sus socios europeos se encargaron de boicotear.
Y, ante la propuesta de Beijín hicieron lo mismo. Cuando todavía no se habían apagado todas las luces del salón principal del Hotel Bayerischer Hof que acogió a la Cumbre, con su habitual xenofobia, el alto representante de la UE para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad y vicepresidente de la Comisión Europea, Josep Borrell, prefirió bajarle el precio a la propuesta de la RPCh y al propio Wang Yi.
En idéntico sentido, el secretario general de la Alianza Atlántica, Jens Stoltenberg, optó por no referirse a la proposición china, pero sin dar ninguna precisión, advirtió que la Otan “vio algunas señales” de que Beijin “podría estar planeando un apoyo al Ejército ruso”. Y con particular cinismo dijo que “nosotros no somos parte del conflicto, pero vamos a garantizar que Kiev prevalezca durante el tiempo que sea necesario”.
De acuerdo a información oficial, desde diciembre de 2021 hasta enero de este año, los países que integran la Otan transfirieron al régimen de Kiev alrededor de 1600 vehículos de combate de infantería, cerca de quinientos tanques y setecientos sistemas de artillería, además de munición, asistencia logística que incluye mercenarios y 1170 sistemas de defensa aérea.
Por su parte, los representantes de los países del G-7 acordaron la entrega de 39 mil millones de dólares en concepto de asistencia financiera a Ucrania durante el presente año. “Esta ayuda es una adición a nuestra asistencia militar vital, así como a la capacitación de las fuerzas ucranianas, la ayuda humanitaria y la cooperación para el desarrollo”, resalta el documento que firmaron en el que se reitera el “firme apoyo a una estrecha colaboración entre el FMI y Ucrania” y se anuncia que un programa del Fondo se va a implementar en ese país “para finales de marzo de 2023”.
De acuerdo a ese documento, el G7 tiene todo arreglado para la coordinación de sus planes para Ucrania con el Banco Mundial, el Banco Europeo para la Reconstrucción y el Desarrollo y el Banco Europeo de Inversiones. Como se ve, un negocio redondito.
El documento del G-7 se hizo público en el marco de la cumbre de ministros de finanzas del G20 que se llevó a cabo en la ciudad india de Bengaluru, donde también estuvo el titular de la cartera económica Sergio Massa, quien volvió a cuestionar las sobretasas que Argentina debe pagar por el carácter excepcional del monto de la deuda que el FMI acordó con la Presidencia Macri.
Y demandó que “los mismos países que en este ámbito reclaman que pongamos en agenda la gravedad del daño de la guerra, den mandato a sus directores en los organismos multilaterales para que los que fuimos víctimas económicas de estos daños seamos escuchados en esos foros”.
Vale recordar que Argentina paga una sobretasa del 4,05 por ciento por el Stand-By que tomó Mauricio Macri durante 2018, lo que representa un costo extra de alrededor de mil millones de dólares anuales mientras se extienda el programa, esto es, durante doce años si es que se cumple en tiempo y forma algo que resulta bastante improbable.
Como se ve, el FMI no sólo actúa como una aspiradora de riqueza desde la periferia hacia el centro del universo capitalista, sino que también lo hace como un mecanismo de redistribución de recursos que van a parar ahí donde el sistema necesite disciplinar. Esto es riqueza generada por el esfuerzo de los trabajadores que va a parar al universo del capital para reproducirse, como en el caso de Ucrania, en forma de productos financieros de elevada rentabilidad y un mercado casi ilimitado para la venta de armas.
Por eso, una vez más, queda claro que desde que el capitalismo se convirtió en una economía-planetaria, para hablar de política y economía, hay que hablar de las necesidades de acumulación que posee la clase capitalista. Y entonces es que la guerra, en tanto correlato necesario de la feroz competencia intercapitalista, es también una manera de expresión sumamente cruel de la lucha de clases que expone la impudicia de ricos cada vez mas ricos y codiciosos, en contraposición a los empobrecidos por el sistema que cada vez son más pobres.
Así las cosas, resulta difícil poder aventurar si el golpe de Estado que durante 2014 se cargó al presidente Yanukóvich, va a pasar a ocupar un lugar similar al que tiene el Incendio del Reichstag en el registro de los actos más ignominiosos que fueron perpetrados contra la humanidad. Pero lo cierto es que abrió una Caja de Pandora de la que todavía queda mucho por salir.