Inamara Mélo, integrante del Comité Central del PCdoB, ejerce la función de Directora de Políticas para la Adaptación y Resiliencia al Cambio Climático en el Ministerio de Medio Ambiente y Cambio Climático de Brasil. Además, coordina el Grupo de Trabajo del Comité Interministerial de Cambio Climático, encargado de elaborar y monitorear el Plan Nacional de Adaptación, documento que orientará la agenda climática brasileña hasta 2035. En este artículo para Nuestra Propuesta balancea la trigésima cumbre de la Conferencia de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP), realizada recientemente en la Amazonía, y proyecta los principalea desafíos que quedan planteados a diez años del Acuerdo de París.
Belém como sede de la COP: desafíos — y por qué la decisión fue acertada—
Ser sede de la COP30 en Belém, ciudad en el corazón de la Amazonía y una de las capitales brasileñas con los mayores índices de desigualdad, donde aproximadamente el 55,8 % de la población vive en favelas, fue una maniobra arriesgada, con desafíos logísticos y operativos significativos: capacidad hotelera limitada para recibir a los más de 50 000 visitantes esperados, altos precios de alojamiento, presión sobre la movilidad urbana, necesidad de obras y planes de seguridad y respuesta a emergencias. En los días previos al evento, la cobertura periodística registró el riesgo de exclusión de delegaciones de países más pobres, la búsqueda de soluciones como alojamiento en cruceros y la exigencia de planes de seguridad al nivel de grandes eventos. A pesar de ello, la apuesta del presidente Lula de realizar una «COP de la Amazonía» fue políticamente acertada: llevó el bosque y sus pueblos al centro de la agenda climática, obligó a la diplomacia a escuchar territorios históricamente periféricos y dio un simbolismo concreto a los temas de conservación, justicia climática y transición justa. La ciudad, de pueblo hospitalario y una gastronomía diferenciada, latió bajo la presión de los movimientos sociales y el intenso calor, con una sensación térmica cercana a los 40 °C y lluvias torrenciales. Pero el paquete final aprobado en Belém y la visibilidad internacional refuerzan que el riesgo logístico no anuló la ganancia política y civilizatoria de situar el futuro del clima en el corazón de la Amazonía. Y este terminó siendo un problema menor a enfrentar por el país anfitrión y presidente de la Conferencia del Clima en la búsqueda de un marco sólido, diez años después del Acuerdo de París.
Un momento crítico para el planeta y para el multilateralismo
Fueron días tensos. E intensos. La COP30 tuvo lugar tras confirmarse que 2024 fue el año más cálido de la historia, con una temperatura media global de aproximadamente 1,55–1,60 °C por encima de los niveles preindustriales —el primer año calendario que supera los 1,5 °C—. Esto no significa, técnicamente, romper la meta a largo plazo del Acuerdo de París (medida en promedios de 20 años), pero es un claro indicio de que los riesgos graves —eventos extremos, pérdida de vidas en poblaciones vulnerables, colapso de ecosistemas y extinción de especies— se están intensificando. Informes y comunicados recientes refuerzan la escalada: gases de efecto invernadero en máximos históricos, contenido de calor oceánico récord, alta probabilidad de nuevos años por encima de 1,5 °C hasta 2029 e impactos irreversibles durante siglos si la trayectoria actual persiste, con un aumento de 2,6 a 3,1 grados para 2100.
Este escenario emerge y retroalimenta un modelo de desarrollo predatorio que, a lo largo de los últimos siglos y bajo la hegemonía de los países del Norte Global, ha producido desigualdad, consumismo y devastación ambiental. La urgencia de una concertación internacional efectiva en la COP30 era, por tanto, indiscutible, pero no por ello probable. La gobernanza multilateral atraviesa una fase de tensiones crecientes que resultan de su incapacidad para transformar los compromisos en medidas concretas y de la superposición de múltiples crisis (conflictos armados, inestabilidad económica, cuestiones energéticas) que compiten con la agenda climática. Además, la dificultad para construir un consenso para enfrentar desafíos transnacionales como el clima se vio aumentada por la ausencia de Estados Unidos, que no enviaron una delegación oficial de alto nivel a Belém —un hecho sin precedentes en 30 años de COP, aunque autoridades estatales y locales asistieron para marcar presencia—.
En este punto, es necesario analizar los debates en el ámbito de la UNFCCC (Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático) desde una perspectiva dialéctica. En las salas de negociación, donde los diplomáticos son seguidos de cerca por observadores y periodistas, aunque no se mencione explícitamente el papel del capitalismo en el agravamiento de los eventos extremos ni la necesidad de superarlo para abordar la emergencia climática, este es un espacio donde no se puede negar la ciencia ni el problema global de la insostenibilidad inherente al modelo de desarrollo tradicional. Allí se escuchan voces que se atreven a defender la promoción del desarrollo vinculado a la justicia ambiental y social como condición para el futuro de la humanidad. Esto hace del multilateralismo una necesidad.
Responsabilidades comunes, pero diferenciadas
La COP30 evidenció que no hay ganadores en un planeta sobrecalentado. La presidencia brasileña innovó al proponer una COP con cuatro pilares: negociaciones, cumbre de líderes, agenda de acción y agenda de movilización, con la expectativa de ir más allá de las palabras ya dichas. Tras impulsar a organizaciones internacionales a presentar planes de aceleración de soluciones climáticas, el espíritu del Esfuerzo Global —nombre dado al paquete político de Belém— convocó a la cooperación, al respeto de las diferencias en capacidades y circunstancias (principio de responsabilidades comunes, pero diferenciadas) y a la búsqueda del beneficio mutuo, con medidas concretas. En especial, los países desarrollados deben asumir más responsabilidades en la provisión de financiamiento, tecnología y apoyo a la transición justa, mientras todos elevan la ambición de sus metas nacionales.
Este enfoque quedó explícito en los textos que tratan sobre financiamiento, indicadores de adaptación y el mecanismo de transición justa, diseñados para poner a las personas en el centro —señalando un desplazamiento del debate de «qué hacer» a «cómo hacer» con cooperación concreta.
Los logros de la COP30 en medio de las tensiones
En medio de tensiones geopolíticas sin precedentes, 195 Partes aprobaron el «Paquete de Belém», compuesto por 29 decisiones que renuevan el compromiso colectivo y aceleran la implementación del Acuerdo de París. Entre los principales logros:
• Triplicar el financiamiento para adaptación hasta 2035 y concluir el Baku Adaptation Roadmap, con un conjunto de 59 indicadores para la Meta Global de Adaptación (GGA). La adopción de estos indicadores consolida, por primera vez en el marco del Acuerdo de París, un marco global para orientar, medir y acelerar la adaptación climática.
• Mecanismo de transición justa, colocando equidad y personas en el centro; fortalecimiento de cooperación técnica, capacitación y compartición de conocimiento.
• Planes para implementar y elevar la ambición: Global Implementation Accelerator y Misión Belém hacia 1,5 °C, orientados a cerrar la brecha entre las NDC actuales y la trayectoria compatible con 1,5 °C.
• Diálogo sobre comercio y clima durante tres años, reconociendo las tensiones de medidas unilaterales y la necesidad de coordinación para evitar «guerras verdes» y posibilitar transiciones justas.
• Reconocimiento y liderazgo de pueblos indígenas, comunidades tradicionales y afrodescendientes, con avances en género y participación.
• Tropical Forests Forever (Fondo/Facility para la conservación permanente de bosques tropicales) como mecanismo innovador —tema reforzado por Brasil y países amazónicos.—
Es claro que quedaron grandes lagunas: a pesar de haber sido una propuesta del propio presidente Lula, no hubo consenso para incluir en los documentos formales un plan de acción para alejarse de los combustibles fósiles ni un plan para detener y revertir la deforestación. Con más de 80 países apoyando un lenguaje explícito sobre el tema y más de 80 oponiéndose, la propuesta se presentó como una iniciativa fuera del proceso formal, a ser liderada por la Presidencia brasileña. La ambición agregada de las NDCs sigue siendo insuficiente para 1,5 °C, y el financiamiento a escala sigue siendo muy inferior a la demanda: según el Adaptation Gap Report 2025 (PNUMA), los países en desarrollo necesitan, en promedio, US$ 310 mil millones al año hasta 2035 solo para acciones de adaptación al cambio climático, mientras que la meta a alcanzar se sitúa en torno a US$ 120 mil millones.
Sin un nuevo paradigma de desarrollo, los ODS no se alcanzarán
La ciencia y el propio balance de la COP30 convergen: sin una revisión radical de la concepción de desarrollo, no se alcanzará la Agenda 2030 y sus ODS. No basta reducir emisiones; es necesario transformar los fundamentos económicos que hoy generan desigualdad, consumo predatorio y destrucción ambiental. Este nuevo paradigma —anclado en justicia social, naturaleza como infraestructura viva, economías de bajo carbono y coherencia entre comercio, finanzas y clima— se convierte en una elección inevitable para la sostenibilidad de la humanidad y un prerrequisito para una comunidad de futuro compartido. Fue exactamente eso lo que intentó señalar el Paquete Político de Belém: es necesario pasar a la implementación, con mecanismos, métricas y cooperación reforzada.
La COP de la Amazonía como punto de inflexión
Belém reveló las dificultades prácticas de llevar la mayor negociación climática del mundo a una ciudad fuera de los circuitos habituales —y mostró por qué es necesario: acercar el debate a los territorios que ya viven los impactos y albergan soluciones. El resultado político fue equilibrado (logros relevantes, lagunas críticas), pero afirmó el multilateralismo en tiempos adversos y «puso el elefante en la sala» al exponer controversias y el equilibrio de fuerzas entre los países del norte y sur global. El intento fue el de poner nuevas herramientas a disposición para hacer lo que la década exige: implementar a escala y reorientar el desarrollo.
Para que el espíritu de Belém no se pierda, algunas tareas son inaplazables:
• Exigir NDCs alineadas con 1,5 °C, con planes nacionales y financiamiento claro, demandando que los países ricos —los mayores emisores de GEI— aceleren la implementación de sus compromisos climáticos.
• Fortalecer, en todos los países, un modelo de Gobernanza Multinivel, multisectorial e inclusiva que articule gobiernos nacionales y locales para la implementación de medidas de mitigación y adaptación que requieren ejecución territorial.
• Conectar finanzas, comercio y clima, evitando medidas unilaterales que castigan a los más vulnerables y frenan la transición, ya que la crisis climática y la agenda ambiental han comenzado a impactar la agenda económica, social y política de manera definitiva.
• Operacionalizar la transición justa y la justicia climática: asegurando la integridad de la información y el compromiso de la sociedad en la búsqueda de empleos, protección social y participación de mujeres, grupos vulnerables y comunidades en la gobernanza.
Si Belém defendió una COP de la implementación, ahora corresponde transformar el Esfuerzo Global en acción cotidiana —en las ciudades, en las empresas, en los bosques y en los parlamentos— hasta que la nueva economía desplace definitivamente a la antigua, con la certeza de que este sí es un prerrequisito para la construcción de un futuro compartido de la humanidad.