En una entrevista concedida a Nuestra Propuesta, el economista Ricardo Aronskind analizó la guerra comercial iniciada por Donald Trump contra China y sus repercusiones en Argentina. La visita de Scott Bessent, secretario del Tesoro de los Estados Unidos, luego del anuncio de un nuevo acuerdo de endeudamiento con el FMI, es para Aronskind una muestra cabal que el de Milei es “un gobierno neocolonial”.
Ricardo Aronskind, economista, docente e investigador de la Universidad de Buenos Aires y de General Sarmiento, dialogó con Nuestra Propuesta sobre el escenario económico mundial y el impacto en Argentina de la guerra “comercial” iniciada por Trump contra China.
* En los últimos días se nota una especie de desconcierto global en torno a la actitud asumida por Donald Trump, quien decidió dinamitar las reglas de los términos de intercambio a escala global. Es evidente que el objetivo es debilitar a China, quien decididamente está disputando la hegemonía política, económica y militar norteamericana. Surge entonces una pregunta: la guerra “comercial” contra China ¿es una medida razonada por parte de Estados Unidos o un intento desesperado para detener un proceso irreversible?
Desde hace décadas, la diplomacia norteamericana ordena su política a partir del argumento de que existe un orden internacional que hay que proteger de la Federación Rusa y de la República Popular China. La verdad es que ese orden internacional sujeto a reglas lo diseñó Estados Unidos al final de la Segunda Guerra Mundial, lo que le permitió organizar la economía capitalista mundial en torno a sus propios intereses y necesidades. Junto a ello promovió la creación de Instituciones como el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional o la Organización Mundial de Comercio que, en definitiva, actúan desde entonces como su brazo financiero en el escenario internacional. Este esquema u orden internacional le funcionó bastante bien durante años: le permitió gozar de un montón de privilegios, como por ejemplo ser el país emisor de la moneda de cambio internacional. Estados Unidos aprovechó muchísimo todo ese régimen durante décadas. En efecto, el desarrollo del sistema capitalista requirió en algún momento adquirir la fisonomía de una forma más internacionalizada, con el propósito de reducir los costos laborales porque ya el Estado de Bienestar no les resultaba redituable. En este contexto, en los años ochenta, Estados Unidos promovió la famosa ‘globalización’. Lo que sucedió es que esta globalización tuvo efectos paradójicos, perjudicó a Estados Unidos y dio inicio al proceso de pérdida de hegemonía norteamericana a escala mundial. La globalización, lejos de ser una fórmula que haya beneficiado plenamente a Estados Unidos, fue aprovechada en gran medida por China para realizar un desarrollo industrial.
* ¿Cómo se produjo el crecimiento chino que hoy asusta al establishment norteamericano?
En un primer momento, el desarrollo industrial de China estuvo sin dudas dirigido por intereses occidentales. Pero el Estado de China rápidamente aprendió la lección que enseña la historia. Comenzó a dirigir el proceso de industrialización y a absorber tecnología, lo que le permitió alcanzar un desarrollo nacional muy importante, por fuera de la hegemonía de Estados Unidos. Al mismo tiempo, lo que sucedió es que durante décadas Estados Unidos no interfirió sobre el proceso chino de desarrollo básicamente porque las empresas que se beneficiaban con la acumulación china eran compañías norteamericanas. Entonces eran las propias multinacionales las que hacían de embajadoras de China ante Occidente para frenar los intentos occidentales de ahorcar y asfixiar la economía asiática. Cuando Estados Unidos tomó nota del crecimiento chino, ya era tarde. El Partido Comunista había aprovechado el enorme impulso que había conquistado sobre la base de la economía occidental, no solo para exportar productos hacia Occidente, sino para aprender a hacerlos y efectuar un salto científico-tecnológico muy impresionante. En resumen, la apuesta norteamericana en China consistía en la idea de que el propio desarrollo del capitalismo en China iba a destruir desde adentro al comunismo chino. Como con la mayoría de las economías de la periferia, se calculaba que, finalmente, el país asiático se iba a transformar en un país más, dependiente, del Tercer Mundo y con una burguesía tributaria de Occidente. Y eso fue precisamente lo que no pasó.
* ¿Y qué dirías que pasó? ¿Cómo llegamos a la situación de que Estados Unidos se vea obligado a dinamitar el orden mundial que había construido para garantizar su propia hegemonía?
Lo que pasó es que China mantuvo su soberanía y la dirección de un rumbo estratégico. Para ello fue fundamental la existencia de un Partido Comunista como el chino que le imprimió al desarrollo de su país un destino totalmente distinto al de cualquier otro del Tercer Mundo. China enfiló hacia el desarrollo, en el sentido más profundo del término. Hay que recordar que recién hace veinte años Estados Unidos caracterizó a China como un “peligro” para sus intereses nacionales. Con Obama hubo políticas para tratar de aislar a China, después vino el primer Trump, que acusó a China de la epidemia por Covid. Incluso Biden tomó medidas para aislar a China, con el objetivo de reducir su desarrollo y crecimiento, especialmente el proceso de transferencia tecnológica de Estados Unidos a China. Como parte de este largo proceso, hoy somos testigos de una nueva embestida, esta vez más salvaje, brutal y espectacular contra China. Lo que sucede es que el daño que Estados Unidos le puede infringir en este momento es reducido: en la actualidad, China es un Estado muy organizado, más que el capitalismo norteamericano. China se preparó en todos los ámbitos para enfrentar este momento. Se preparó científica, tecnológica y militarmente. La economía China está muy bien parada para resistir los ataques norteamericanos. En síntesis, China está en condiciones de disputar con total solidez la hegemonía mundial, mientras que la conducción de Trump se evidencia como completamente improvisada y torpe, que enoja y aliena a sus propios aliados. En ese sentido, lo que vemos es un mundo atónito frente a la política norteamericana, que lejos de ser ordenada y sistemática (y cuando lo es, es temible), se muestra muy errada y confusa. Esto se ve claramente en el hecho de que mientras Estados Unidos se pelea con gran parte del planeta, China se alió con Japón y Corea del Sur para organizar una zona comercial y un polo de desarrollo muy potente. Recordemos que se trata de tres economías sumamente productivas, en las que el capital financiero desempeña un papel secundario.
* Dada la situación que describís: ¿qué opinión te merecen aquellos análisis que consideran factible una intervención del propio establishment norteamericano contra Trump, para disciplinarlo ante un escenario que pone en riesgo el negocio de las compañías norteamericanas en muchas partes del mundo?
El establishment norteamericano es sumamente complejo y diverso, está compuesto por distintos sectores, como el complejo militar-industrial, la industria petrolera, la automotriz, las empresas tecnológicas o Wall Street. Esto se ve claramente en el presupuesto, donde se puede observar de modo muy transparente el lobby de cada uno de estos de estos sectores sobre la economía norteamericana. Por eso al presupuesto no lo pueden cerrar ni equilibrar. Estos sectores son como grandes elefantes que se alimentan, cada uno, de la teta del Estado norteamericano. Históricamente, Estados Unidos dirimió estas tensiones a los tiros, asesinando presidentes. No sabemos ahora cómo se van a dirimir las contradicciones internas, pero lo cierto es que el ascenso de China las está acelerando. Es probable, con seguridad, que dentro del establishment norteamericano haya sectores que se encuentren alarmados por la geopolítica económica que está llevando a cabo Donald Trump. Lo importante es retener que Estados Unidos no es un bloque homogéneo y que en este momento no tiene una política unificada, que existen discrepancias y que el ascenso de China las profundiza.
* En el contexto del cuestionamiento chino a la hegemonía global de Estados Unidos, Argentina se encuentra alineada a la potencia decadente. Incluso, emerge de repente como un aliado estratégico. En ese sentido, ¿cómo se debe interpretar la visita a la Argentina del Secretario del Tesoro norteamericano, Scott Bessent, horas después del anuncio de un nuevo programa de endeudamiento de nuestro país con el Fondo Monetario?
La visita de Scott Bessent es muy preocupante. Bessent no es cualquier funcionario. Es una figura de primer nivel dentro del gobierno norteamericano. En general, el secretario del Tesoro de Estados Unidos no viaja a países de la periferia. En general, cuando el secretario del Tesoro sale de Estados Unidos es para reunirse con países de similar nivel y potencia, jamás para sentarse en un rinconcito del Tercer Mundo. Es evidente, entonces, que a Milei lo consideran un gran activo norteamericano. Milei rompe toda la unidad regional. Argentina es un país muy importante, política y económicamente, para la región. En un momento en el que en el continente hay una serie de gobiernos progresistas, el posicionamiento regional de Argentina marca una diferencia considerable. Mientras Brasil, México o Colombia tienen un gobierno que defiende los intereses nacionales, el de Milei es un gobierno neocolonial, catastrófico para la soberanía política y económica, dispuesto a entregar todo a Estados Unidos. A diferencia del menemismo, que remató el país al mejor postor, acá el gobierno de Milei está decidido a entregar el patrimonio nacional a las compañías norteamericanas, como ya sucedió recientemente con las industrias Pescarmona. Pese a ello, lo que no cambia es la característica de la relación estructural de la Argentina con Estados Unidos. Se trata de dos economías similares, que no pueden ser complementarias. En otras palabras, que compiten. Por eso no hay manera de establecer un tratado de libre comercio con Estados Unidos, pero no porque Argentina en este momento se oponga a ello, sino porque es resistido por los productores norteamericanos. Por ello, es un sin sentido siquiera pensar en un tratado de libre comercio. Solo un gobierno absurdo, cipayo, entreguista y delirante puede pensar en algo así.
* Ya en el plano doméstico, de la economía nacional, nos encontramos desde el viernes frente a un nuevo escenario. El gobierno anunció con tono celebratorio un acuerdo con el FMI, al que considera como la fase 3 del programa económico. Sin embargo, lo concreta en medio de una crisis cambiaria y de rebote de la inflación. En sus propios términos: ¿fracasó el programa económico de Milei y Caputo?
En el diseño original del programa económico del gobierno, Milei fantaseaba que tras la implementación de un ajuste brutal, sin una gran resistencia social, llegarían las inversiones extranjeras. Con los dólares de esas inversiones, el gobierno pensaba llenar las arcas del Banco Central y con esas reservas se proponía mantener una política monetaria basada en un tipo de cambio planchado, con la idea de mantener la inflación bajo control. De este modo, el gobierno centró su programa de gestión en la baja de la inflación como único objetivo y para ello implementó toda una serie de medidas con un impacto económico y social catastrófico sobre la población. Bueno, lo que sucedió es que pese a haber destruido la economía y a mantener planchado el tipo de cambio, la baja de la inflación se terminó. La inflación de 3.7 por ciento en marzo marca una derrota del gobierno. Además, las inversiones no solo no llegaron, sino que el capital extranjero está en retirada. Son varias las multinacionales que se fueron del país en estos últimos meses. Incluso las facilidades otorgadas por el RIGI no alcanzaron para atraer las inversiones, y los dólares que ingresaron por el blanqueo fueron destinados a sostener el tipo de cambio. En definitiva, lo que pasó es que la política antiinflacionaria del gobierno estuvo orientada únicamente a sostener un negocio financiero, rentístico, parasitario, privado, que es el carry trade. El carry trade consiste básicamente en utilizar fondos en dólares para comprar pesos, invertir los pesos a una tasa de interés muy atractiva y, como el gobierno garantiza el tipo de cambio, con la ganancia en pesos se compra nuevamente dólares, esta vez en mayor cantidad gracias a la renta obtenida.
La crisis comenzó cuando se hizo evidente que el Banco Central no había acumulado reservas y que no podía defender el tipo de cambio al precio conveniente para el carry trade. Durante el último mes, el Banco Central vendió reservas todos los días, a un ritmo de doscientos millones por jornada. Entonces, el gobierno tuvo que salir de raje al FMI a solicitar fondos, es decir, a contraer deuda externa, que será utilizada para mantener un tipo de cambio estable, que permita continuar con la timba financiera y la fuga. En este contexto, el gobierno piensa que va a poder controlar la inflación. Y como la derecha cree que el único problema es la inflación, con eso cree obtener crédito político y social. Pero Milei es un ignorante, que no conoce nada de las características específicas de la economía argentina. La economía nacional no tiene nada que ver con la teoría abstracta que tiene en su cabeza. Milei razona como un personaje libresco, recién aterrizado en el planeta Tierra. Desconoce que la remarcación de precios vinculada al dólar, o a la especulación de lo que podría pasar con el dólar, es desde hace décadas un problema muy grave de gobernabilidad económica. ¿Cómo se van a desarrollar los acontecimientos en el corto plazo? Es difícil saberlo. Lo cierto es que el gobierno de Milei cuenta con un apoyo norteamericano muy fuerte. Estados Unidos está dispuesto a auxiliar el programa económico de Milei, con el propósito de mantener en pie a un aliado estratégico en una región adversa. Es difícil entonces que haya un estallido del programa económico. Pero el préstamo no es una solución: con este esquema de timba financiera, es como si a un herido que sufre una hemorragia, en vez de suturarle la herida, se le aplicara una inyección de sangre. Iniciamos entonces una etapa de incertidumbre económica y de recrudecimiento del deterioro de vida de los trabajadores que puede iniciar un proceso de crisis, que deberá ser aprovechado por las fuerzas políticas populares y opositoras.