La necesidad de fortalecer y unir todas las luchas que están en desarrollo, sin ofrecer ni un minuto de tregua al gobierno que encabeza Javier Milei, hace que sea preciso protagonizar a la batalla cultural.
La victoria de Milei hace un año en el balotaje significó mucho más que una derrota electoral: es un llamado de alerta que demanda de parte de las fuerzas populares de avanzada una fuerte batalla de ideas para dejar de lado las políticas de la llamada moderación, consistentes en administrar la crisis capitalista con subsidios del Estado y sosteniendo las ganancias extraordinarias de quienes concentran cada vez más la riqueza, es decir del poder real.
La situación demanda como cuestión central una dura lucha ideológica tanto contra el ultraliberalismo neofascista, ahora en el gobierno, como contra el pseudoprogresismo que se niega a las transformaciones de fondo y persiste en expectativas meramente electorales negando, o dejando en segundo plano, el peso necesario de la acción de masas y de la organización popular.
Claro que así como no existen las victorias irreversibles tampoco hay derrotas que no puedan darse vuelta con la lucha organizada. Sin embargo, en este caso será muy difícil revertir el duro revés sufrido un año atrás en las urnas si creemos que la tarea central pasa ahora por esperar el momento de la disputa electoral que ofrece objetivamente una tregua al gobierno de Milei.
La batalla cultural a la que permanentemente alude Milei no es ninguna figura retórica. En lo concreto y lo cotidiano la cultura neofascista y ultraliberal es el combustible que carga la motosierra para seguir podando salarios y derechos. Con una fuerte ofensiva político-ideológica, el gobierno nacional va sedimentando en la sociedad un sentido común cada vez más individualista, que explica en buena medida la disgregación de las luchas contra tantos atropellos.
Por supuesto que existen reservas solidarias, clasistas, populares que buscan articular reclamos y cohesionar lo reivindicativo con lo político para evitar que las demandas sectoriales caigan en el aislamiento corporativista y se terminen desgastando, pero resulta evidente que esas reservas que venimos mostrando en la calle por ahora no bastan para frenar ni, mucho menos, para derrotar al plan de ajuste, entrega y represión que sigue avanzando a toda marcha.
Como venimos diciendo, necesitamos fortalecer y unir todas las luchas en desarrollo sin ofrecerle un minuto de tregua a este gobierno continuador del plan económico de Martínez de Hoz. En el presente distópico que nos toca enfrentar esas luchas incluyen, desde ya y en primer lugar, a la lucha de ideas. Vale para los tiempos que corren tener en cuenta aquella orientación cardinal de nuestro camarada Floreal Gorini, histórico referente del movimiento cooperativista y último diputado nacional electo por el Partido Comunista, en la que hiciera referencia a que “el avance hacia la concreción de la utopía requiere muchas batallas, pero sin duda la primera de ellas es la batalla cultural”.
Veinticinco mil dólares era lo que costaba el cubierto para la cena de la semana pasada en el Yatch Club de Puerto Madero que organizó la Fundación Faro, el nuevo tanque de pensamiento de la ultraderecha gobernante para la batalla cultural. Esta fundación tiene como presidente a Agustín Laje, politólogo ultramontano, uno de los “intelectuales” más bravucones de la fauna mileista. En tanto que los mecenas del evento fueron los empresarios más poderosos del país, los dueños de los monopolios que no paran de enriquecerse a costa del empobrecimiento del pueblo.
Mientras por un lado, como consecuencia directa de las políticas económicas que vienen aplicándose, 8.5 millones de personas de sectores medios y de la clase asalariada fueron empujadas a la pobreza y cerca de 4 millones a la indigencia; por el otro empresarios como Marcelo Mindlin, de Pampa Energy; Eduardo Elsztain, de IRSA; José Luis Manzano, del multimedios América; Sebastián Braun de supermercados La Anónima o Georgie Neuss, anfitrión de la velada y propietario, entre otras empresas familiares, de la distribuidora Edersa juntaron, con unos quinientos colegas de la casta empresarial que se acercaron a cenar hasta el Yatch Club, arriba de 10 millones de dólares para aportar a la causa de la miseria planificada. Sacando cuentas, el financiamiento a los neofascistas ultraliberales no les representa para nada una mala inversión, ya que la rentabilidad de sus empresas aumentó, en promedio, un 130 por ciento en dólares desde que estos monstruos llegaron a la Rosada.
A menos de un año del inicio del gobierno, asistimos a niveles de desigualdad social que se cuentan entre los más altos desde la recuperación de la vigencia constitucional y que a este ritmo, con la cantinela de ajustar para crecer, amenazan con romper todos los récords en cualquier momento. Como mascarón de proa de los monopolios y el capital financiero transnacional, Milei busca naturalizar este status quo de injusticias cada día más profundas. Para comprobar que su objetivo no sólo pasa por atacar al bolsillo del pueblo sino también a su subjetividad alcanzaría con repasar las palabras que pronunció en la cena-presentación de la Fundación Faro: “triunfamos en lo económico, triunfamos en lo político, ahora necesitamos triunfar en la batalla cultural". Y remató para el brindis y el regocijo de los comensales: "estamos a la vanguardia del giro del sentido común”. La primera tarea del flamante think tank será la de elaborar las “Epístolas del Cielo”, algo así como las veinte verdades mileistas.
De la resistencia a la ofensiva
El papel funcional al capital concentrado que han jugado las distintas variantes del fascismo y las derechas reaccionarias viene del fondo de la historia. El fascismo nace y se reproduce como un anticuerpo del capitalismo en crisis. Aunque en estos momentos de tránsito convulsionado entre un mundo viejo y un mundo nuevo ese papel histórico se manifiesta directamente como una estrategia del imperialismo a cara descubierta.
Así quedó demostrado una vez más en la reunión de la Cumbre de Acción Política Conservadora (CPAC por sus siglas en inglés) realizada hace unos días en la mansión Mar-a-Lago de Palm Beach, propiedad de Donald Trump, donde el mandatario argentino no sólo consiguió la ansiada foto con su ídolo sino que además habría confirmado su visita para el 4 de diciembre a la Ciudad de Buenos Aires, en lo que será la continuidad de este mitin internacional neofascista cuyo presidente, Matt Schiapp, propone como temario indagar sobre si “Sudamérica está preparada para el derrumbe comunista” y alertar sobre “el peligro del socialismo”.
La intervención de Milei en la CPAC representa un paso adelante para la ofensiva neofascista en la batalla cultural y fue, por cierto, muy celebrada por Trump, a quien sectores peronistas ubican como un patriota de su país, olvidando el análisis de Hernández Arregui sobre la diferencia entre un nacionalismo oligárquico o imperialista y un nacionalismo popular revolucionario en un país dependiente y subdesarrollado. Allí Milei exhortó mesiánicamente a la concurrencia a “convertirnos nuevamente en un Faro del mundo, porque el mundo ha sido sumergido en una oscuridad profunda y exige a gritos ser iluminado”. En ese sentido, puso en agenda la necesidad de conformar una alianza geopolítica estratégica entre Estados Unidos, Italia, Israel y Argentina para “impulsar conjuntamente la batalla cultural y custodiar el legado de occidente de la influencia del colectivismo” y avanzó en negociaciones para firmar acuerdos de libre comercio con EE.UU., que de concretarse serían incompatibles con la continuidad de Argentina en el Mercosur.
Las últimas posiciones fijadas en el plano internacional dan cuenta de la determinación fanática y peligrosa que tiene el gobierno para avanzar con anteojeras hacia sus objetivos trazados. La negación esotérica del cambio climático y la contaminación ambiental (que estos exponentes del neofascismo consideran “inventos del marxismo cultural”) llevaron al ejecutivo a ordenar el retiro de la delegación argentina que se encontraba en la COP 19 en Azerbaiyán. Ya con el canciller Werthein en funciones los votos solitarios de nuestro país en la asamblea de la ONU contra la resolución en pos de “intensificar los esfuerzos para prevenir y eliminar todas las formas de violencia contra mujeres y niñas” y contra otra resolución que tenía por objeto “promover la protección de derechos de comunidades originarias” alimenta la radicalización del gobierno, que a partir del próximo 20 de enero podría llegar a encontrar más eco internacional con Trump ya instalado en la Casa Blanca.
Al mismo tiempo que la CEPAL reconocía avances en la disminución de la pobreza en la región a partir de la puesta en práctica de una serie de políticas estatales (reconocimiento que obviamente no incluía el caso argentino), entre la provocación y el cálculo pragmático para no perjudicar el comercio con China y Brasil el presidente terminó “aceptando” en la reciente reunión del G20 en Río de Janeiro sumar la adhesión argentina a la Alianza Global contra el Hambre y la Pobreza. Pero todo a su manera, con el libre mercado como ordenador. Como, palabras más palabras menos, aclaró para oscurecer en una declaración unilateral emitida luego de la declaración conjunta del G20 en otro insólito vuelco diplomático.
En el “granero del mundo”, como a esta gente le gusta referirse a nuestro país desde una mirada neocolonial, tenemos el pan más caro en dólares de toda región. Así como se vuelve urgente luchar contra el aumento de precios de los alimentos también se hace impostergable combatir las causas estructurales del hambre y la pobreza.
Es hora de resistir. Pero también de pasar a la ofensiva. Las denuncias ante la CIDH fueron una necesaria respuesta defensiva de parte de organizaciones sociales, organismos de DDHH y agrupaciones feministas y de la diversidad al ataque sistemático y en escalada que despliega el gobierno contra los derechos más elementales que se supone que debería contemplar una democracia. Pero también es hora de proyectar una nueva democracia, con mayores ámbitos institucionales para la participación y la decisión directa, que pueda apalancarse en el poder popular.
El acto lanzamiento de “Las Fuerzas del Cielo” que tuvo lugar este fin de semana en la Sociedad Italiana de San Miguel no es ningún hecho político aislado ni marginal, como diversos medios calificaron. Sus principales referentes, Agustín Romo, Daniel Parisini y el presidente de la Fundación Faro, Agustín Laje, presentaron a la agrupación como “la guardia pretoriana” y “el brazo armado de Javier Milei”. Todo esto en medio de una verba y una estética explícitamente nazi-fascista donde destacaban lemas clásicos del fascismo como "Dios”, “Propiedad”, “Patria” y “Familia” junto a la leyenda: “Argentina será el Faro que ilumina al mundo”, que en el contexto concreto remitía al faro de la “Rocca delle Caminate”, la fortaleza de Mussolini.
Este acto constituye una amenaza de extrema gravedad para la débil democracia argentina que no podemos subestimar. Lejos de ser una reunión marginal, se inscribe en un clima de época al que busca seguir radicalizando. La aparición de esta organización de perfil paramilitar merece el repudio unánime del conjunto de los partidos políticos que se asumen opositores al régimen de Milei para no terminar siendo cómplices del rebrote fascista en la Argentina.
Es hora de resistir con todas las fuerzas. Pero también es hora de pasar a la ofensiva, de sacar al socialismo de los libros de historia y traerlo al presente como una posibilidad real y concreta de la mano de cada lucha que libramos. La batalla cultural para nosotros no es otra cosa que la lucha de clases en el terreno de las ideas y, como lo exige la etapa, tiene que ser la columna vertebral del fortalecimiento y el crecimiento del Partido para poder construir la alternativa pendiente.
Nos sobran faros en nuestra historia, y en la historia de tradiciones políticas revolucionarias de la izquierda y el campo nacional y popular, para alumbrar el rumbo hacia el futuro común que soñamos, hacia ese horizonte de liberación imposible de alcanzar dentro del capitalismo.