Así lo asevera Luis Laguna, quien tras formar parte de la segunda Brigada del Café, integró aquella que combatió en El Salvador. “Ambas tienen un sentido de continuidad y por eso no se puede pensar una cosa sin la otra”, recalca en este reportaje el militante del Partido Comunista de la provincia de Buenos Aires.
Luis Laguna es un tipo noble, sensato y sincero, un militante comunista cabal de esos que nunca le escapan a una responsabilidad y como tal dijo presente cuando lo llamaron a estar en las Brigadas del Café que actuaron en Masaya, Matagalpa y Jinotega, pero también cuando un año más tarde los caminos del internacionalismo revolucionario lo llevaron hasta El Salvador donde compartió trinchera con su amigo y camarada Marcelo Feito (En la foto los dos en El Salvador).
La habitual grandilocuencia que lo caracteriza suele hacer una pausa cuando recuerda aquellos años. Entonces su mirada se pierde en la distancia y fuera del tiempo y el espacio comienzan a fluir recuerdos, anécdotas e imágenes de aquellas gestas que tuvo como protagonistas al PC y particularmente a La Fede. Y es así que sus ojos se iluminan con los destellos de la gloria cosechada por esos jóvenes que, con altruismo e ideas muy claras, recorrieron largos kilómetros para ser protagonistas de una de las mejores páginas que el Partido escribió en sus 107 años de rica historia.
—¿Por qué se llevó a cabo aquella segunda Brigada del Café?
—Como lo imponía aquel contexto internacional que estaba atravesado por conflictos, la respuesta del movimiento de solidaridad internacionalista con los pueblos que estaban en lucha, en procesos de liberación, no se hizo esperar. Y por eso fue sumamente correcta la decisión del Partido Comunista de Argentina de mandar a la segunda brigada a la cosecha del café en la que participamos 33 brigadistas comunistas. Pero no sólo fue Brigada del Café, porque si bien se llamaba Movimiento Brigadista para la Cosecha del Café en Nicaragua, tanto en la primera como en la segunda fueron enfermeros, médicos y técnicos que estuvieron con nosotros en el viaje pero que al llegar allá fueron destinados hacia otros lugares. Incluso algunos contactaron con El Salvador con un objetivo que era correcto, porque fue el punto de partida de un movimiento que después se hizo más amplio mandando profesionales de la salud al El Salvador.
—Fue como una avanzada…
—Era una avanzada. Y, a su vez, en el caso de la segunda brigada, hubo un contingente de más o menos ocho compañeros que eran soldadores que estuvieron trabajando en la construcción y que cumplieron un rol sumamente importante enseñando sus oficios. Porque no solamente los brigadistas aportaron a la cosecha del café, sino que también lo hicieron haciendo plazas, escuelas, pintando edificios y, obviamente, estos brigadistas fueron del café entre comillas porque no cortaron ni un grano, pero sí aportaron para otras tareas fundamentales.
Y en el caso de los profesionales de la salud fueron esa avanzada tan necesaria que preparó el terreno para que después fuera una brigada a combatir a El Salvador, porque de las Brigadas del Café que estuvimos en Nicaragua, fuimos tres los brigadistas que después estuvimos combatiendo en El Salvador.
—Usted tenía 25 años cuando fue a Nicaragua…
—Yo ya me había incorporado a la FJC y cuando se funda el movimiento brigadista General San Martín, a principios de enero del 85, todos fuimos brigadistas para llevar a cabo cualquier tarea que resultara necesaria. Me tocó el caso de no poder participar en la primera Brigada del Café, pero sí estuve en la segunda. En ese momento era secretario de La Fede en Moreno, perteneciendo al Regional Oeste. Ya teniendo la experiencia de la primera brigada, con todo lo que habían hecho los 120 camaradas que participaron, me hicieron la proposición de si podía ser uno de los cuatro o cinco compañeros que iba a enviar el regional y fue así que participé en la segunda Brigada del Café.
—¿Fue fácil la toma de decisión?
—No se si fue del todo fácil en mi caso. Hay toda una revolución que se produce en el joven comunista cuando se recibe una propuesta de este tipo, supongo que me pasó eso al recibir el ofrecimiento. Pero tomada la decisión, primero nos pusimos en marcha en la tarea de conseguir dinero para pagar los pasajes y, por eso, entonces había que ingeniárselas haciendo rifas y otras actividades tendientes a hacer finanzas… había que ver cómo nos la ingeniábamos porque estábamos hablando de 33 pasajes y como pasa casi siempre la situación económica no ayudaba.
—Entonces el trabajo de brigadista comenzó antes…
—Había pequeños aportes que se iban recibiendo pero pasaba el tiempo y la cosa no alcanzaba. Entonces había que ingeniárselas y hacer más actividades para recaudar. Y en eso estábamos cuando apareció nuestra madrina que fue nuestra querida Negra Mercedes Sosa quien ayudó con un evento que se llevó a cabo en un local de la ciudad de Buenos Aires que estuvo dirigido, como decimos, para las capas medias para arriba como para que se pudiera recaudar el dinero que faltaba.
Ella fue a actuar y nosotros teníamos que vender las entradas, algo que teniendo en cuenta que quien actuaría era ni más ni menos que Mercedes Sosa, no resultaba nada difícil. Esto ayudó considerablemente para solventar el precio de todos los pasajes, por eso es que desde ese mismo momento La Negra fue nuestra querida madrina. Después, antes de partir para Nicaragua, terminamos con ella en un restaurante donde durante un acto inolvidable los brigadistas le entregamos a Mercedes el pañuelo que nos identificaba…por eso nuestra querida Negra Sosa tiene un lugar destacado en la historia de las Brigadas del Café.
—En esa segunda brigada también estuvo Marcelo Feito…
—Estaba Marcelo Feito, con quien después también fuimos a El Salvador. Pero también hubo otro compañero, en este caso de la primera Brigada del Café, que estuvo combatiendo en El Salvador con nosotros… le decíamos El Correntino.
—¿Estando en Nicaragua pensaron en algún momento que al año siguiente estarían combatiendo en El Salvador?
—Resulta que regresando para Argentina comenzó a llover y como entraba agua en el avión, tuvimos que hacer una escala no prevista en Cochabamba. Da la causalidad que en el mismo vuelo venía ni más ni menos que Santiago Feliú quien por primera vez viajaba para Argentina donde, en el aeropuerto de Ezeiza, lo estaban esperando Víctor Heredia y León Gieco. Entonces estábamos varados en Cochabamba y la cosa se extendía, cuando uno de los jóvenes comunistas que estábamos ahí se da cuenta quién era aquel pasajero, nos acercamos a saludarlo y comenzó a darse una charla muy fraterna entre todos. Pero claro, aunque todos queríamos que tocara, Santiago no tenía a mano su guitarra. Pero ahí estaba Marcelo… con su guitarra colgando de un hombro. Así que se formó una ronda y los dos cantaron y tocaron Hasta Siempre Comandante, la canción de Carlos Puebla con una letra que nos identificaba a todos, especialmente a Marcelo. Muchas veces recuerdo aquella escena y creo que en ese momento ya había algo adentro suyo que le estaba diciendo a Marcelo que el camino lo llevaría hacia un nuevo desafío.
—Le quedó grabada esa imagen de Marcelo…
—Fui muy amigo personal de Marcelo. Vivíamos cerca y en la segunda brigada nos hicimos más amigos todavía. Él era muy buen cantante… le gustaba el rock de aquella época, la música progresiva como se le decía… su canción preferida era la de Moris, El Oso.
En Nicaragua, en un momento, cortando café, veo que Marcelo hace una pausa…me mira y me dice “Negro…qué cerca estamos de El Salvador… por ahí no más, cerquita está…”, decía como perdiendo la mirada detrás de un horizonte que, aunque en ese momento no lo supiéramos, para nosotros estaba tan cercano como él lo intuía. Era cierto que estamos cerca, tanto como que en El Salvador el Fmln estaba librando la guerra de liberación. Y con el pasar de los años, pienso que en ese momento algo parecía decirnos que con el tiempo estaríamos allá.
Marcelo fue el último camarada que se incorpora, después de varias selecciones, para ir a El Salvador. Es decir que yo me entero que Marcelo iba para El Salvador por intermedio de otro compañero, aunque eso era normal porque por razones obvias eran muy pocas las informaciones que teníamos. Incluso mi despedida, antes de irme para El Salvador, me la hicieron en la casa de Marcelo. Ahí, a la hora de despedirnos, él me dijo “Negro, me parece que me salió un viaje para Cuba. Nos dimos un abrazo y nos despedimos”.
Pero a los dos o tres días, los primeros integrantes de la Brigada a El Salvador, vemos una lista de los compañeros la integramos y aunque si bien ya estábamos con seudónimos, entre nosotros sabíamos quién era quién por cualquier eventualidad que pudiera pasar. Entonces yo supe perfectamente que Marcelo iba y a los tres meses cuando nos volvemos a reunir, ya en El Salvador, volvimos a darnos un abrazo y nos reímos mucho recordando la anécdota de mi despedida de Buenos Aires.
—El Partido presente en Nicaragua y El Salvador…
—Debemos reivindicar a las Brigadas del Café, porque fue para el contexto mundial de esos años una decisión correcta, teniendo en cuenta el polvorín que era América Latina, todo lo que estaba sucediendo por esos años. Y fue un aporte importantísimo como lo fueron los camaradas que durante esos años llevaron la solidaridad al Partido Comunista de Chile saliendo desde San Juan, La Rioja Catamarca y Salta. Incluso hubo algunos compañeros que fueron detenidos allá por llevar a cabo su labor internacionalista y solidaria.
Porque la Juventud Comunista Argentina no sólo cumplió ese papel al ir a Nicaragua, sino que antes lo había hecho durante la Guerra Civil de España y en tantos otros sitios del mundo donde fue necesario estar. Por eso es que nuestra presencia en El Salvador fue una continuidad de todo eso y, entonces, lo de El Salvador tiene un sentido de continuidad con las Brigadas del Café en Nicaragua y por eso no se puede pensar una cosa sin la otra.
Las Brigadas del Café fueron un momento clave para el Partido Comunista en aquel momento en el que todos los partidos comunistas hermanos y otros socialistas estaban enfocados en Centroamérica. En Nicaragua se había tomado el poder pero no se podía cortar el café, porque los cosechadores estaban en las milicias defendiendo a la revolución que estaba naciendo y el café era clave para la economía del país. Por eso es que nuestra presencia respondió a eso desde una consciencia de clase, internacionalista y comprendiendo absolutamente el momento revolucionario que se vivía. Eso es algo que comprendió cabalmente el Partido Comunista de Argentina y es algo por lo que debemos sentirnos orgullosos todos los militantes.
—Además de las tareas concretas que fueron a cumplir ¿Qué es lo que expresan ambas brigadas?
—Lo que pasa es que al ser jóvenes se tiene el espíritu revolucionario. Todos los que fuimos, salvo unos pocos y algunos que fueron a cumplir oras tareas, no pasábamos de veintipico. En el contexto del movimiento internacionalista y solidario que actuamos en Nicaragua éramos casi todos jóvenes y entonces se hacían sacrificios que iban más allá de lo que uno imaginaba. Pero en El Salvador el contexto era otro, era todo diferente porque ya se iba directamente expuesto a otra tarea y, por lo tanto, la cosa era más al límite, porque se estaba con el fusil y se sabía que el enemigo podría aparecer en cualquier momento para liquidarte.
Pero igual estuvimos ahí porque, hay que reiterar que una de las cosas más importantes que tenemos los comunistas es el amor internacionalista. No creo que haya un eslabón más elevado que el internacionalismo proletario y como dijo una vez Fanny Edelman, el internacionalismo revolucionario que es una vuelta más en lo que es el internacionalismo proletario. Y todo esto se vio expresado en las brigadas, tanto en El Salvador como en Nicaragua. En los dos casos se vio el amor en su expresión más pura…estábamos lejos de nuestros hogares, pero sentíamos amor por esos compañeros, por esos países, por esos pueblos.
—¿Qué le dejó a usted haber sido brigadista?
—Me enseñó, en primer lugar, el amor hacia el prójimo y la transparencia que debe haber entre uno y otro, sin soberbias ni mezquindades. Y cuando digo de uno a otros, hablo de fulano a mengano, a sultano…a cualquiera. Te enseña todo eso. Cuando se va para allá, si bien ya sos un revolucionario, llevás un poquito de egoísmo y de soberbia, pero allá automáticamente te despojás de todo eso. Y después volvés con todo eso y te das cuenta que aprendiste. Estoy súper agradecido por lo que me dio el Partido Comunista, pero más por lo que me dio el internacionalismo que es algo impagable. Como dijo José Martí “trincheras de ideas valen más que trincheras de piedra” y tanto Nicaragua como El Salvador fueron trincheras de ideas, en un caso recolectando café y el otro con el fusil al hombro…es lo que nos tocó, es aquello para lo que nos preparamos y elegimos como militantes. Y todo esto me enseñó que el amor en la trinchera es totalmente diferente, es algo imborrable porque ahí sale todo lo bueno que tiene el compañerismo.
—Una idea muy apropiada para poner negro sobre blanco en momentos en que se parece estar de moda el individualismo y el sálvese quien pueda…
—En el caso de nosotros los internacionalitas, fuimos a un país a cortar café, a no sé cuántas millas de acá. Sin conocer del todo bien con qué nos íbamos a encontrar y donde, si bien teníamos el mismo idioma, había otras costumbres. Todos cumplimos. Y al año siguiente vamos a El Salvador a cumplir con otra misión, desinteresadamente, porque nadie cobró ni le exigió al Partido Comunista o al Farabundo nada de nada, sino que lo hicimos por convicción y porque es algo del militante comunista que adoptamos como propio ni bien nos incorporamos cuando nos prometemos que tenemos que combatir a estos yanquis de mierda…al capitalismo y al imperialismo, allá donde sea necesario. No todos tuvieron la suerte de poder estar en estas brigadas y los que la tuvimos, tenemos para contar. Entonces todo ese amor que se llevó y que se construyó durante esos dos años en esas tareas, se puede describir, pura y exclusivamente, como dice nuestra madrina la Negra Sosa…nosotros fuimos a ofrecer nuestro corazón. Y, en el caso de Marcelo, allá se quedó.